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viernes, 15 de noviembre de 2013

Reflexiones

Sigo en la capital del mundo, Sevilla, en cierto modo desconectado de radios, televisiones y demás portadores de malas y vergonzantes noticias.
Naturalmente que en Madrid siguen enterrados en basuras y que la inquina que le tienen los “comentaristas” de la progresía a doña Botella es en general cainita, sí me ha llegado, con solo tomar café donde había una tele encendida.
Qué, por supuesto, habrán salido noticias sobre nuevas fechorías nacionales, no es difícil imaginarlo, pero, repito, prefiero aislarme y aprovechar los ratos libres para hacer algo necesario; reflexionar.
La mayor reflexión me vino ayer cuando estuve bastante rato deambulando por la ciudad, porque, señores, esta ciudad da gusto pasearla. Dejando aparte que su clase política la esté enfangando, la ciudad y su ambiente son para gustar.
Te paseas y por todas partes hay tiendas de todos los tamaños y de todas las variedades. Hay multitud de comercios, talleres artesanales y despachos de todo tipo. Cualquier cosa que se te ocurra se puede encontrar con solo buscar un poco. Estoy hablando del centro de la ciudad, de allí donde confluye gente de todos los barrios de esta, y donde hay un centro de actividad incesante, por lo que te sientes feliz y distraído.
Al reflexionar caigo en la cuenta de que esto me pasa cada vez que salgo de mi Málaga, da lo mismo que sea a Córdoba, a Granada, a Ciudad Real o cómo hoy a Sevilla. En todas partes han conservado sus tradiciones, su artesanía, en definitiva su sabor.
En todas partes menos en nuestra Málaga. Aquí, nos hemos cargado nuestra esencia, y nos hemos pasado de frenada con eso de la modernidad.
Ser  modernos y estar al día es importante, pero siempre sin caer en la tontuna generalizada. Comparando por ejemplo los centros de las ciudades, nuestra arteria presuntamente más emblemática, palabro que gusta mucho a los asiduos a tertulias televisivas, es calle Larios.
¿Y qué es calle Larios? Simplemente una ristra interminable de franquicias iguales y que no aportan ningún tipo de personalidad propia. Lo que compras en una franquicia en Liverpool y en Madrid es generalmente lo mismo. Que esto es bueno que existan, si, pero complementadas por el comercio tradicional y artesanal que es el que da variedad al asunto.
Al pensar en cómo hemos llegado a esto, y sin necesidad de que ningún experto de esos que te sacan filas y columnas repletas de cifras que demuestran lo que ellos, o los que se las han encargado, quieren que demuestren lo veo claro.
El papanatismo de las autoridades locales que buscando la foto fácil y rápida (cuando no algo más, inconfesable) han dado licencias a todas esas “grandes superficies” y “mega centros comerciales”, que han adocenado el gusto. Después de dar esas concesiones, han primado la facilidad de la llegada hasta ellos, mientras se penaliza a los que quieran venir a este centro de ciudad. Es más fácil ir a una de esas grandes superficies que plantearse el problemón de llegar a calle Compañía o a calle Méndez Núñez, peor, si calculas que vas a comprar algo voluminoso y no tienes cerca el coche donde descargarte de ello.
A esa facilidad de licencias, se le opone la dificultad de conseguir una licencia municipal de apertura o una certificación de habitabilidad para vivienda propia cosas solo al alcance de grandes empresas o de privilegiados con muy buenas amistades y bolsillo generoso.
Y, ¿por qué no decirlo?, también culpa de propietarios y rentistas que ponen alquileres solo accesibles a esas franquicias que vienen a reventar el mercado a gran velocidad para después quedarse con todo el pastel
En fin, voy a dejarlo, está visto que esto de reflexionar termina siempre de dos maneras; o te pones triste, o de mala leche, o… una tercera opción, triste y de mala leche a la vez, lo que me ha pasado a mí.
Hasta el lunes, ya desde mi deshumanizado y turístíco centro de Málaga otra vez.

Pepeprado

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