Hoy
es un día que solo sirve para estar entre otros dos. Todos miran al de ayer,
con unos votando y otros intentando quitar el puesto en el recuerdo a Gaby,
Fofó y Miliki, y el día de mañana que empieza el Mundial de los Líos. Sí, la inauguración
es esta noche, pero eso es sólo porque mañana es viernes 13 y eso da yúyu a
algunos de los peloteros, que para eso, tienen la pelota de pensar mal equilibrada
y esas cosas los ponen de los nervios. La FIFA qué lo que quiere es cobrar, a
esas cosas siempre contesta lo que le piden que conteste.
Por
estos lares, sigue el lio en el PSOE (hay que ver el carajal que dejó tras de
sí don Joseluís). El catalán Navarro ya no puede seguir navegando entre dos
aguas y ha abdicado, salen candidatos de detrás de las piedras, incluida la
pobre chica doña Soraya, a la que han quemado en estos meses defendiendo lo o
indefendible, y algunos más que se han calentado al olor del festín. A ver cómo
terminan.
Los
que no tienen ese problema son los de Xodemos. Ha sido coger los primeros
cheques y ya no hay ni listas abiertas, ni leches en vinagre. Un “equipo”, naturalmente
elegido democráticamente por el líder en solitario, y a chorrarla. Ya son
normales.
La
única preocupación es qué la policía avisa del riesgo de alguna borricada por
parte de, naturalmente, algunos borricos. Que los pillen pronto.
Vamos
a lo personal. Ayer tuve la suerte de ir a la presentación de un libro de mi joven
amigo Agustín Rivera. El libro, "La
edad de oro del boxeo, 15 asaltos de leyenda", es una recopilación de artículos
de don Manuel Alcántara, que estuvo presente y qué, tras las presentaciones,
saltó al ring y nos noqueó. Oírle es una delicia, te vas de este mundo y hace
que los minutos pasen volados. Salí encantado. De cuando en cuando estas cosas te
vienen bien.
Una
reflexión de esas que a mí me salen. Odio los bulos, pero especialmente a ese
que debe circular entre las mentes pensantes de los mandamases televisivos, que
les dice al oído, qué, cuando llega el verano, la ciudadanía se agilipolla.
Porque es así, sólo es asomar el estío, y las programaciones se convierten en una
sucesión de programas plastas, llenos de frikis asilvestrados qué, a los que se
atreven a verlos, les inyectan morfina mental y los dejan atocinados.
Esos
programas de piscinas, islas desiertas llenas de gente y cámaras, y cocineros aventureros,
pueden acabar con las meninges del personal y hacer inútiles los años que don Santiago
Ramón y Cajal, don Severo Ochoa, don Gregorio Marañón y otros invirtieron en
estudiar nervios, cerebros y demás elementos personales.
La
pléyade de fulanitos qué, a lo que aspiran es a enseñar la pastilla de
chocolate, y de menganitas que están fritas por florear las plastitetas de
última generación, navega por los espacios siderales de la demencia mal
gestionada y el miedo a emplear la
cabeza para algo que no sea llevar el sombrero de moda.
Todo
esto ayudado por presentadores/as que demuestran qué, visto lo visto, estudiar la
carrera de Ciencias de la Comunicación es inútil, frente a los indudables
méritos de acostarse con toreros, futbolistas o presuntos artistas de moda (no
cuenta hacerlo con ingenieros especialistas en temas termonucleares o biólogos especializados
en investigación sobre enfermedades infecciosas, eso no vale) qué, los escoltan
por los procelosos mundos del show business de alta gama. Un horror.
Ya
está bien por hoy.
Hasta
mañana
Pepeprado
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