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jueves, 17 de julio de 2008

62º06`19”

Hoy en Geiranger, que es más o menos, donde Cristo perdió el mechero. Aquí, lo único que está dificil, es mandar cosas a mi mundo; la anunciada conexión a Internet, es sólo para mandar una o dos fotos livianitas, o para mandar un mensaje, todo, naturalmente, previo pago, pero el sistema no te permite conectarte y engancharte por ejemplo, a tu blog. Qué se le va a hacer; cuando llegue, veré que hago con estas Crónicas desde la Gran Puñeta.

Pensando que en el futuro esto tendrá un arreglo, escribiré cargado de fe en ese futuro.

Ayer no lo hice (lo de escribir), porque estuve en una de esas excursiones donde entregas el ramo para poder ver cosas. Nos inyectámos en vena naturaleza a tope. Tras un desayuno preparatorio intenso, porque ya se sabe que en la vida de un turista nada hay seguro, nos metimos en un autobus en Fråm, quer se pronúncia From, por aquello de que en su casa, cada cual habla como quiere, que nos llevó a un sitio precioso, donde empezó el festival fotografíco. Festival que duró todo el día, pero eso sí, a morir o matar, sin tiempo para mirar distancias, aperturas ni demás leches foteras, (de todas maneras, no han salido mal del todo).

Despues, una carretera de la leche, estrecha como si estuviera hecha a medida del autobus y se hubieran equivocado, con una inclinacion y unas curvas de bajada como de la madre que la parió y atravesando dos túneles, uno de “solo” ocho kilometros, y otro de 25, lo que hace que los que padezcan claustrofobia se lo tengan que pensar.

Tras esto, naturalmente con fotos, vistas de fiordos, saltos de agua (por pudor no me gustá llamarles cascadas, aunque hay tantas que seguro que termíno haciéndolo) y despues, otra vez a comer, a un restaurante que los alemanes habian ocuado en la 2ª GM, pero que como ya se habían ido se comió bien y tranquilo.

La comida en plan cuartel, luchando en el buffet con señoras mayores (no de edad, de mente), con devoradores compulsivos y con sevillanos ejerciendo de tales, (oye príma, príma…, ársa y olé, olé mi grassia, y demás alegrías y efectos especiáles). Pero como lo importante no era el comer, se echó fuera el asunto. La dueña del restaurante, una señora finísima y educadísima, nos largó un parlamento explicando que ella era la 5ª generacion en aquel restaurante y que estaba orgullosísima del asunto. Pues encantado, señora, me alegro,

Trás esto, con la digestiòn en marcha; a un tren pinturero, que nos llevó a ochocientos y pico de metros, con la nieve casi a mano, (eso sí, con los súbditos cercanos del Reino de Taifa de don Manuel, dando la vara cantidad, con sus gracias), con vistas espectaculares, “lluvia a cantarillos” (en julio, la leche), con sitios para disfrutar con símplemente mirarlos, enfín una gozada.

Pero lo bueno estaba pot llegar. Tras esto, cambiamos a otro trenecito, dejamos en otro vagón a los vecinos de Comunidad Autónoma, y empezamos a bajar, con una pendiente del 18%, entre cañadas, barranqueras, caídas de agua y paisajes de esos que ponen en las pélis guapas. Encima, como esto del turismo lo tienen claro, el tren para quince minutos en medio de un puente, en un desfiladero, para que hagas fotos a la gran cascada (lo se suena fatal, pero es así). Allí, luchando con la lluvia, el agua tamizada de la cascada, el resto de la turistada y demàs adversidades, más fotos. Cuando vuelva a Málaga y las tenga que organizar, me voy a acordar de la facilidad de gatillo que nos ha dado la tecnología, porque con las que “costaban dinero cada foto” éramos más mesurados.

Finalmene, volvimos al pueblecito, echamos un vistazo a las pocas tiendas de souvenir que había y despues a “casita”, a darnos un baño en la piscina climatizada. Más tarde, vuelta a “papear”. Tinto bueno, agradáble compañía…, “eres guapo y eres rico, ¿qué más quieres Federíco?

Una noche movidita en el barco, pero que en brazos de Morfeo es cómo si nada, y esta mañana, volver a empezar.

Pero eso lo escribiré despues, me voy a ver Geiranger,que debe ser la repera (unos diez mil habitantes en verano, y unos trescientos en invierno), como Tokyo.

Ya he vuelto.

Como tengo esperanzas de que mañana podré colgar esto en Bergen, intentré resumir la excursión de hoy. Hemos subido a un sitio, al gran lago de Djupvatn, que es un sitio precioso, pero cuando te crées que con haber llegado a esos cerca de 1200 metros sobre el nível del mar, te dan un café, y te meten por una carreterilla en la que el autobus subre como un gato cabreado, estrecha como sus muertos, con unos barrancos a los lados que te acuerdas de la madre de todos los vikingos y te suben al monte Dalsnibbå a unos 1500 metros bién contados. La leche, tela marinera. En pleno mes de Julio, nos ha llovido, ha empezado a cási nevar, con una temperatura entre uno y dos grados sobre cero, y… pensando en la bajada.

Al final como Dios es grande y cuída de sus rebaños, por muy borrícos que sean estos, terminámos donde teníamos que terminar, en el camarote trasegando un gintoníc de Larios para meter el cuerpo en calor. Por cierto, ¡qué güenisísimo está un gintoníc a tiempo!

A ver como echamos la noche, y con un poco de suerte, mañana en Bergen, que aunque estoy seguro que tampoco será Manhattan, me la imagíno algo más cosmopolita, puedo colgar estas, mis chorradas mentales.

Hasta que pueda.

Pepeprado

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