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miércoles, 25 de febrero de 2009

Crónicas Mexicanas I

Lo que escribí anoche, no se merecía ese nombre rimbombante de “crónica”, más bien era el parte médico sobre la salud física y mental del tecno-pendolista.

Una vez planchada la oreja, y teniendo en cuenta que ahora y aquí es de madrugada intentaré recapitular sobre viajes y sobre lo poco que pude disfrutar del país en el rato que estuve consciente.

El viaje fue bueno, siempre que a cargarte lumbares y cervicales y a comer en plan contorsionista se le pueda llamar estar bien. En esto, en lo de irte haciendo arenilla, el único consuelo que te queda es que peor lo tuvieron que pasar Colón y Cia. En sus primeros viajes, y que estoy seguro que de catering iban peor.

A las llegada mi amigo Rirri le tuvo que explicar a uno de inmigración algo sobre unos polvillos, pero como parece que lo dejó aclarado y pertenece a su intimidad, que lo explique él. Yo, hecho polvo, pero limpio de polvo y paja (suena fatal).

Después de esto, solo nos dio tiempo a tomar un takssiiss como la Esteban. Esto de coger el carro, es algo rarillo; vas a un mostrador, aflojas la pasta, después uno te acompaña a una puerta, te traspasa a otro, no sin pasar por una señorita que toma nota, después te lleva a un sitio donde esperas al tuyo, y por fin llega eso tan esperado… tu taxista de reglamento. Es raro, pero seguro, aventurarse a un taxi “pirata” te puede salir por un ojo de la cara. Finalmente al hotel, el Regente, un hotel muy apañadito, vueltecita por los alrededores para desencajar las vértebras y… al bar del hotel, donde un camarero muy amables y muy puesto en lo suyo me inició en el arte de beber “una paloma” que naturalmente no es torcaz, sino una muy sabia combinación de toronja, zumo de limón, borde de sal, algo más y… tequila, Güau, güeno, güeno…

Al final, escribí la nota y hale, listo.

Lo dejo y pongo tres fotillos, la primera, del cuerpo expedicionario, después una del volcán gordo, ese que a esta hora ni puedo pronunciar, finalmente la entrada del avion en Ciudad de México, en un aeropuerto gordísimo que está “literalmente” en medio de una ciudad de 25 millos de habitantes. Es como aparcar un portaaviones en el la bañera de tu casa, pero ellos lo llevan bien…

Hasta mañana.

Pepeprado

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