Como
hoy es la celebración del 1º de Mayo, esto
va a ser cortito y ligero.
Lo
voy a dedicar a una de esas reflexiones qué me vienen a la cabeza de cuando en
cuando, especialmente cuando se me fríe el cerebro viendo la tele.
Cómo
acostumbro a ver sólo cosas raras, para salvaguardar las neuronas de las A3,
las T5 e incluso, últimamente de la 1, y sus ataques gastronómico-químicos, veo
cosas que me hacen pensar.
Por
ejemplo, con esas series que hablan de casos policiales abiertos, investigaciones
retomadas, etc., siempre me pregunto por qué en este país, nunca se investigan
cosas que la ciudadanía querría saber. Ahora con los adelantos de la ciencia,
los ADN, los espectrógrafos, y demás chismes, seguramente habría fiambres a los
que se les podría hacer justicia. Pero, no. Aquí cómo no se consigan resultados
en un inmediato plazo de tiempo, todo pasa al olvido, y a esperar que el tiempo
haga que los asuntos más turbios simplemente “prescriban”, que es la forma
elegante de decir, dar carpetazo.
Así,
ni el asunto de los Galindos, ni el de los Marqueses, ni el de las niñas de Álcasser,
nunca van a saberse. ¿Por qué? Me da la impresión qué porque en muchos de estos
casos hay alguna gente a la que no le interesa se sepa la verdad. Llevaba razón
aquél slogan; en España somos diferentes. Aquí la verdad no merece la pena.
Otra
reflexión de esas extrañas. Hay que ver cómo hemos cambiado al país. Antes, el
ideal de ciudadano de provecho, de macho útil, era un señor con título de
ingeniero, médico o algo similar, que fuera una gran persona, que estuviera al servicio
de la comunidad y que simplemente fuera “razonablemente” guapetón, sin pasarse
y qué finalmente pudiera ser y ejercer de papá útil. Ahora, el ideal es un
figurín que pasa varias horas y varias cajas de anabolizantes fabricando una
pastilla de chocolate dorsal, que viste al más puro look poligonero ronaldero,
con pelos al más puro estilo de cherokee cabreado, y qué, para ser perfecto, el
más plus, el culmen y la suma perfección, qué… sea un máster chef guay.
Qué
sea inteligente, trabajador, qué se lo curre, qué estudie, qué se entregue a su
trabajo, no hace falta. Más bien es un estorbo, así nunca va a conseguir una
novia modelo qué, cuando se divorcie, eso sí, tras haber adoptado a varios
niños a los que poner nombres exóticos, pueda ser diseñadora de modas de éxito,
ni lo van a llamar a una tertulia de las Cutre-teles, para ganar un pastón.
Por
eso, el hartazgo de fútbol de diseño, deportistas de presentaciones y anuncios,
y programas de cocina ininterrumpidos, me aburre soberanamente. Me doy cuenta, lo
estoy demostrando otra vez… soy un bicho raro. Estoy empezando a dudar, incluso,
si soy español.
Mañana
procuraré pensar menos.
Hasta
mañana
Pepeprado
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