
Antes y como lo prometido es deuda, cuelgo la foto que demuestra –actuando de prueba documental- que en otras ciudades, los residentes de un centro histórico, todavía conservan algunos derechos, como por ejemplo poder descargar la compra o los pequeños encargos cerca de su casa. Aquí no, aquí te tienes que comprar las patatas de una en una si quieres poder transportar a la vez la cebolla y el pimiento para la pipirrana. De llevarte a casa una pequeña estantería, ni te cuento. Pero esos más afortunados tienen a su disposición 20 hermosos minutos para cargar y descargar sin acoso. No hay otra cosa, lo que me da es simplemente; envidia cochina.
Una cosa positiva y que no digan que siempre veo el lado oscuro. Ayer tarde, asistí al único pregón al que acostumbro a ir, el de Hombres de Trono, mis colegas de tiempos pasados. Lo novedoso es que en estos tiempos de dislate y disparate, de furores declamatorios y de caídas en éxtasis místicos, en los que se derraman lagrimas, se habla de un olor a naranjos que ya hace años que no tengo ni idea de donde lo huelen, de lagrimas como perlas, y cosas así, aquí fue diferente.
El acto, en el que además se presentaba la obra pictórica del pintor Daniel García, fue breve, conciso, ajustado y gustoso. Contra lo habitual en estos actos, el introductor fue breve. La saetera que actuó en primer lugar, Raquel Framit, cantó, con el sólo y suficiente acompañamiento de un tambor sordo, tres, sólo tres saetas, magnificas de voz y de sentimiento, con lo que a su calidad, añadió mesura, lo que no es poco en estos tiempos. Tras ella, el presentador, Antonio Pino, hizo exactamente eso; presentar. No se encharcó en hacer un mini pregón previo. Presentó al pregonero con cariño, respeto y claridad y como un magnífico subalterno taurino cedió los trastos al maestro que era quien tenía que hacer la faena. Este, José Luis Ramos, o mejor, para entendernos, nuestro amigo de siempre, Pepélu, desgranó sus recuerdos de forma cómplice con los oyentes, que él sabía que compartían muchos de esos recuerdos; recurrió a los adornos literarios justos, sin tardo barroquismos, ni histrionismos exagerados; mencionó a los que tenia que mencionar y emocionó lo que tenía que emocionar; encajó en su justo momento y medida la presentación del cuadro motivo del cartel de Hombres de Trono, empleó un estilo y tono de voz amable y en ciertos momentos coloquial que nos hizo sentir que un amigo nos contaba sus recuerdo como hombre de trono malagueño. Y todo eso, lo hizo como las buenas faenas, medidas, en corto y por derecho. Ante esto, tengo que agradecerles a todos los que han tenido algo que ver en el montaje que me hayan hecho recobrar un poco de la perdida fe en los actos cofrades. Gracias tíos.
Pepeprado