Ahora estoy más pacífico y plácido. Estar desconectado de la red es casi bueno, entras en un nirvana de paz, obligado porque no puedes desparramarte por ella, que es de agradecer.
Cómo no leo periódicos subvencionados por los partidos, me conformo con las noticias que salen escondidas en los gratuitos que te dan en las esquinas.
Sirven para mantener el nexo de realidad mínimo y necesario, e incluso, a veces en lo que dicen y en lo que callan, se ven más cosas que en los de pago, que las filtran con más esmero.
En uno de ellos, esta vez a toda plana, se habla de las competiciones de los agentes de la Policía Local para multar a la mayor cantidad de gente posible. Según argumentan, es una consecuencia y autodefensa de esa pretendida norma de competitividad que ahora está tan de moda. Según los últimos pensamientos de los dirigentes sociales, es más bueno el policía que más multa, ya que los que ayudan no tienen baremo y son menos propensos al lucimiento.
Esto refuerza una de mis ideas, esta de cuando la transición. En aquel tiempo de cambios y de esperanzas, se produjeron muchos, casi todos con un razonamiento adjunto que los explicaba de forma más o menos explícita. Pero hay uno, del que tengo certeza y es constatable que se produjo, del que nadie me sabe explicar cómo pasó, y especialmente la velocidad a que se produjo la evolución.
Es este: en tiempos anteriores, los grises, es decir, la Policía Nacional , era mirada con demasiado “respeto” e incluso con desconfianza. Es verdad que no eran demasiado comunicaticos y que tenían un pronto muy ssshungo. Por el contrario, los policías municipales, los familiarmente llamados perrillas, eran algo familiar, cercano, con los que se podía hablar e incluso llegar a pequeños acuerdos de mínimos, tales como autorizarte momentáneamente una doble fila, eso sí, dejando el coche abierto, o dejarte parar cerca del estanco para comprar tabaco, etc… Pero, ¡ay!, vinieron el cambio, el cambio del cambio, el recambio, y la madre que parió a los cambios, y en pocos, muy pocos años, el asunto se escachifolló.
Ahora, la Policía Local , es vista como una guardia pretoriana de alcaldes y/o concejales iluminados. Su expresión corporal es más de pistoleros de Wichita, que de simples mantenedores del orden ciudadano, su capacidad de diálogo es nula, y su proximidad es cualquier cosa menos agradable. Por el contario, cuando le pasa algo a alguien, la gente acostumbra a decir eso de, “que vengan los nacionales”, ya que estos parecen ser una garantía de imparcialidad mayor, y se espera (y se obtiene) de ellos más ayuda que con los locales, por los que se los prefiere. Esto, esta evolución de las partes, pasó, y estas cosas de las multas, ayudan a que el foso se profundice. Nadie me explicó nunca cómo se produjo, pero pasar, pasó, y si alguien me puede iluminar sobre el asunto, se lo agradecería.
También sería de agradecer que los concejales del asunto se lo pensaran, pero eso ya es mucho pedir, ellos están para cosas más importantes, por ejemplo para peatonalizar calles.
Con esto, lo voy a dejar para dedicarme a cosas menos inrternaúticas.
Hasta mañana.
Pepeprado
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