Sigo en la capital del mundo, Sevilla, en cierto modo
desconectado de radios, televisiones y demás portadores de malas y vergonzantes
noticias.
Naturalmente que en Madrid siguen enterrados en basuras y
que la inquina que le tienen los “comentaristas” de la progresía a doña Botella
es en general cainita, sí me ha llegado, con solo tomar café donde había una
tele encendida.
Qué, por supuesto, habrán salido noticias sobre nuevas
fechorías nacionales, no es difícil imaginarlo, pero, repito, prefiero aislarme
y aprovechar los ratos libres para hacer algo necesario; reflexionar.
La mayor reflexión me vino ayer cuando estuve bastante rato
deambulando por la ciudad, porque, señores, esta ciudad da gusto pasearla.
Dejando aparte que su clase política la esté enfangando, la ciudad y su
ambiente son para gustar.
Te paseas y por todas partes hay tiendas de todos los
tamaños y de todas las variedades. Hay multitud de comercios, talleres
artesanales y despachos de todo tipo. Cualquier cosa que se te ocurra se puede
encontrar con solo buscar un poco. Estoy hablando del centro de la ciudad, de
allí donde confluye gente de todos los barrios de esta, y donde hay un centro
de actividad incesante, por lo que te sientes feliz y distraído.
Al reflexionar caigo en la cuenta de que esto me pasa cada
vez que salgo de mi Málaga, da lo mismo que sea a Córdoba, a Granada, a Ciudad
Real o cómo hoy a Sevilla. En todas partes han conservado sus tradiciones, su
artesanía, en definitiva su sabor.
En todas partes menos en nuestra Málaga. Aquí, nos hemos
cargado nuestra esencia, y nos hemos pasado de frenada con eso de la
modernidad.
Ser modernos y estar
al día es importante, pero siempre sin caer en la tontuna generalizada.
Comparando por ejemplo los centros de las ciudades, nuestra arteria
presuntamente más emblemática, palabro que gusta mucho a los asiduos a
tertulias televisivas, es calle Larios.
¿Y qué es calle Larios? Simplemente una ristra interminable
de franquicias iguales y que no aportan ningún tipo de personalidad propia. Lo
que compras en una franquicia en Liverpool y en Madrid es generalmente lo
mismo. Que esto es bueno que existan, si, pero complementadas por el comercio
tradicional y artesanal que es el que da variedad al asunto.
Al pensar en cómo hemos llegado a esto, y sin necesidad de
que ningún experto de esos que te sacan filas y columnas repletas de cifras que
demuestran lo que ellos, o los que se las han encargado, quieren que demuestren
lo veo claro.
El papanatismo de las autoridades locales que buscando la
foto fácil y rápida (cuando no algo más, inconfesable) han dado licencias a
todas esas “grandes superficies” y “mega centros comerciales”, que han
adocenado el gusto. Después de dar esas concesiones, han primado la facilidad
de la llegada hasta ellos, mientras se penaliza a los que quieran venir a este
centro de ciudad. Es más fácil ir a una de esas grandes superficies que
plantearse el problemón de llegar a calle Compañía o a calle Méndez Núñez, peor,
si calculas que vas a comprar algo voluminoso y no tienes cerca el coche donde
descargarte de ello.
A esa facilidad de licencias, se le opone la dificultad de
conseguir una licencia municipal de apertura o una certificación de
habitabilidad para vivienda propia cosas solo al alcance de grandes empresas o de
privilegiados con muy buenas amistades y bolsillo generoso.
Y, ¿por qué no decirlo?, también culpa de propietarios y
rentistas que ponen alquileres solo accesibles a esas franquicias que vienen a
reventar el mercado a gran velocidad para después quedarse con todo el pastel
En fin, voy a dejarlo, está visto que esto de reflexionar
termina siempre de dos maneras; o te pones triste, o de mala leche, o… una
tercera opción, triste y de mala leche a la vez, lo que me ha pasado a mí.
Hasta el lunes, ya desde mi deshumanizado y turístíco centro de Málaga
otra vez.
Pepeprado
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