Los Reyes, la Pascua militar, la precaria
tranquilidad antes de los nuevos festejos del Carnaval, y al menos, por un tiempo,
el final de la tontuna mediática, todos y todas llegaron.
Hoy por ser un día de juguetes y alegría en
las casas, aparte de dedicar un recuerdo y un deseo de mejora para los que no
tienen juguetes y a veces ni alegría, procuraré no meterme en charcos de alta política
y dedicar sólo unos minutos a lo aparentemente intranscendente y consuetudinario.
Vamos, por ejemplo, con el asunto del antes
llamado Roscón de Reyes. Aquí, los que antes se llamaban simple y hermosamente “confiteros”,
ahora son estilistas de la crema y diseñadores del mazapán, y seguramente picados
por el auge de los chefs multiorgásmicos de moda, también se han lanzado al destrozo colectivo
de la tradición que tanto gusta a teles y gastroprogresía militante.
Antes, el roscón de Reyes era eso, un
roscón que estaba muy bueno en la Noche de Reyes, y que cuando sobraba, estaba
aun mejor al día siguiente, o al otro, o al otro… cuando se le aplicaba calor,
mantequilla o mermelada para ablandarlo.
Ahora no, ahora es simplemente el
contenedor de elementos varios y diversos incluso de recetas de alto standing; natas
de diversos colores, trufas, confituras, cremas, champiñones, fresas, garbanzos
y estoy esperando a ver el Roscón de Fabada en un futuro inmediato.
Es curioso, creo que ya lo dije una vez,
que la gente que se pasma y aplaude a rabiar ante el amor a la tradición de los
ingleses, que, por ejemplo, va a ver el cambio de la Guardia a Buckingham con
reverencial adoración, sea y esté, tan dispuesta y decidida a cargarse cualquier
tradición, cuando se trata de las tradiciones de aquí, de este atribulado
cortijo.
Así, hasta el honrado roscón ha perecido en
tan desigual combate, y a su antigua haba o regalillo, le ha tenido que poner
festones y alharacas para adecuarse a los tiempos que corren, tiempos de maestros
del cucharón y emperadores de la gasificación y el cristalizado. Pobre roscón,
y como los sanfermines, pobre de mí, pobre de nosotros.
Lo dejo, no es día de extenderse sino de
tenderse… a arreglar juguetes de última generación para los que ya no basta un
sencillo destornillador (como con los de antes). Hay que ser ingeniero de sistemas
y/o experto en bioquímica molecular aplicada a viajes espaciales para meterles
mano, porque estropearse se estropean… como siempre.
Un recuerdo para la caja de lápices de colores
Alpino y, ya en plena modernidad, para los Minicars o el Cine Exin y me voy, que
disfrutéis con hijos y/o nietos.
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