Tras una noche efectivamente movidita aunque sin problemas, en la que lo más llamativo era el ulular del viento, que ese sí, te ponía mosca, llegamos a Lisboa y, quizás todavía afectados, tras el paso por la morería, esto es otro mundo.
Personalmente y desde la primera vez que estuve, a mí me encanta Portugal. Es un país divino con una tranquilidad que me parece que ya no hay en España, donde parece que todos vamos tarde a algo. La gente es educada y respetuosa y da gusto caminar por aquí, por cualquier lado.
Como Lisboa capital ya la conocíamos, nos apuntamos a un excursión para ver Fátima, a la que nunca habíamos ido. Es un pequeño viaje de un par de horas escasas, algo así cómo ir a Granada desde Málaga pero con menos curvas y ningún cruce extraño.
Al llegar allá una sorpresa. Es de las cosas mejor organizadas y con menos problemas para el visitante que conozco. Durante el camino, en el autobús, la guía te hace la información y después te deja tranquilo, a tu aire, y es verdad que haces una vista relajada y estupenda.
Es además un lugar apacible, bello sin pretensiones y sin ningún tipo de alharaca visual perturbadora. Todo un gustazo.
Tras esto, vuelta y a preparar la noche, que no sabemos cómo será, ya que desde que entramos con el barco en el Tajo, la cosa se calmó, pero no se cómo estará esto en mar abierto.
Mañana a ver a los llanitos, es decir, como lo han anunciado por los altavoces, a “Gibraltar, Gran Bretaña”. Así de pintureros.
Con la cosa de salir temprano no vimos ni telediario ni nada, eso que me ahorré, (las Maru los encaja mejor, es más dura, es maestra y lo aguanta casi todo).
Hasta mañana… desde la Gran Bretaña.
Pepeprado
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