No voy a inspeccionar periódicos, todo
sigue como ayer, con sus malas noticias y sus particulares repasos del año que
se muere.
Prefiero hacer mis propias reflexiones
sobre cosas que me han hecho pensar últimamente y así, al menos, oxigeno mis
neuronas.
Una de ellas es eso que hablo de las gaseosas.
Viene referido a los acontecimientos en Grecia, donde se enfrentan a unas
elecciones qué, según dicen, les pueden dar el gobierno a los primos hermanos
de Podemos.
Ante esto, los catastrofistas nacionales de
aquí, se echan las manos a la cabeza; por el contrario, los expectantes clientes
de la nueva marca, están exultantes. Yo, aunque me da pena por los griegos, me
alegro del asunto. Me explico. Soy de los que opinan que los experimentos, hay
que hacerlos con gaseosa, y cuanto más peligrosos sean, más gaseosa al asunto.
Así, ante la posibilidad de que el nuevo profeta coja las riendas de aquí,
prefiero que los griegos sean nuestra gaseosa y ver cómo les va, si todas esas
promesas disparatadas son capaces de cumplirlas, si lo de no pagar las deudas,
dar pensión a todo el mundo haya cotizado o no, regalar pisos y pagas, etc… las
pueden cumplir. Me parece que no, ya que su admirada Venezuela, un país con
posibles, y que si se dedicaran a administrar bien el oro negro que les corre
por las venas, podrían estar en la cima del mundo, están cómo están, aquí que
el petróleo lo tenemos que comprar, poca chicha hay para repartir. Por eso, a
ver qué pasa en el experimento de Grecia.
A otra cosa, mariposa. Leyes. Estamos
siendo bombardeados con las consecuencias de la Ley de Actualización de Rentas.
En esto, hay opiniones muy distintas. Frente a las quejas de los que “ahora”
tienen que pagar un justiprecio, están las de los que hasta ahora han estado cobrando
miserias por unos pisos o locales fantásticos. Eso que lo discutan entre ellos,
pero lo que me ha hecho gracia, es que pudorosamente, nadie llama a la Ley cómo
la llamaban en su origen; Ley Boyer. Es
otra forma de dar coba y ocultar que todos los gobiernos se ven obligados a
tomar decisiones desagradables. Cómo el difunto autor, era del Gobierno de don
Felipe, a este no se le puede asociar a nada impopular.
Finalmente, lo de los cuentos. El sábado
pasado fuimos con mi nieta a ver Pinocho al Cervantes; el asunto fue un
desastre. Siguiendo esta costumbre actual de “interpretar” los cuentos, aquello
se parecía al cuento, como un huevo a una castaña. Me dio pena porque los
actores se lo curraron bien, pero el neo argumento de la historia era un completo
desbarajuste. Los niños se aburrían a mogollón, y aquello iba camino de
convertirse en un problema de orden público-infantil. En medio de unas
interminables peroratas, se les hablaba a los niños de bancos, de la especulación
y cosas por el estilo, lo que me parece que para infantes de tres o cuatro años
y similares, que eran sus espectadores, no era demasiado adecuado.
Esto entra dentro de una tónica actual que
consiste en destrozar los cuentos infantiles para hacerlos más “actuales” y más
“políticamente correctos”, con el agravante de que muchas de estas “adaptaciones” se hacen más pensando
en el ego del adaptador que en la futura audiencia. Estoy completamente seguro
que el adaptador del Pinocho que vimos, no se ha acercado a un niño en los últimos
lustros, y claro, así le ha salido el invento.
Y ya está bien por hoy, dejo más de mis
elucubraciones para otro día.
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