Ayer fue un día de esos que se hacen largos, largos. Más de cinco horas de avión, en uno de esos en los que estirar las piernas es para medalla de oro y comerse algo es para contorsionistas son muchas horas, especialmente para espaldas y cinturas “delicadas” de puretas pasados de fecha. Pero al final, la casita y es verdad eso que se dicte que “como la casa de uno no hay nada”. En fin hay que reorganizarse y para esto he decidido, tras echar un vistazo a la actualidad, que es mejor contar cómo me ha ido que prestarle atención a los Chávez, los Güillys o los gobernantes del talante.
Pongo por delante, que en estos días, a pesar de haberme conectadlo en Internet, me propuse firmemente no leer ningún periódico ni oír ninguna radio española para estar seguro de no enterarme de nada, no saber nada durante unos días, por ser cosa que podría redundar en mala salud y ponerme de mala milk.
El viaje empezó con un dudoso record, tardamos lo mismo en ir desde Málaga al aeropuerto de Estambul, que desde el aeropuerto al hotel. En ese azaroso camino, pasó de casi todo, incluida la escapada de las maletas del autocar, al abrirse la puerta y salir disparadas de este. Afortunadamente pudimos recuperarlas y el viaje nos fue dando tiempo y oportunidades, para imbuirnos del espíritu turco, que es especialillo de verdad. Son gente amable, servicial y educada, pero, se pasan casi todo, empezando por los horarios, por la cruz del pantalón. Allá, el que no vaya mentalizado a tomárselo con calma lo puede pasar fatal y lo del reloj, es cosa para llevarlo en la muñeca y lucirlo, pero para nada más.
Al día siguiente seguimos en ese espíritu. Ejerciendo de turistas, excursión al canto, para darte el repaso cultural. Sorpresa, todavía no estábamos acostumbrados, pero lo de ajustarse al programa era cosa impensable. El esquema del día te lo dan para que tengas algo que leer, pero después, se va improvisando según los designios del guía que además se explica regulín. Las cocosas fueron marchando, a su aire, pero no estaba mal. Palacio de verano, del que por supuesto, no me acuerdo cómo se llama (le preguntaré a mi Maru) y a continuación viajecito por el Bósforo, impresionante de verdad, una preciosidad, merece
Al día siguiente, se suponía que había programa de Mezquita Azul, Mezquita de Solimán, Santa Sofía, y Topkapi… después, la cosa varió, vimos la mezquita de un cuñado de alguien, pequeñita y mona, recuperamos a dos de nuestros turistas que el guía se había dejado olvidados en su hotel. A Solimán lo olvidamos, lo demás, lo vimos, la comida pintoresca, y al final nosotros nos escapamos porque habíamos conseguido plazas en una sesión de danzas sunníes (derviches pintureros). Para esto, cómo mi Maru tiene un arte especial, en vez de ir como todo quisqui a un dervicheo de turistas, se buscó un equivalente al María Cristina, en plan seminario de coros y danzas, en un Museo, en sala de conferencias. Muy bien, es el asunto en plan serio, y me dejó pasmado las vueltas que dan los tíos estos. Nada más que pensarlo me mareo. Dejando aparte que el coche que iba a recogernos no apareció; que el taxista que nos llevó (a todo trapo) no tenía ni idea de hacia donde iba tan corriendo; etc., la cosa estuvo muy bien. Después, vuelta al terreno conocido, cena y GTs en la habitación, cómo está mandado.
Pero ahí, mi Maru estaba ya empezando a ponerse ssshunga y la cosa le dura todavía, está fatal, pero espero que en casita mejore.
Por hoy no doy más la vara, mañana si acaso, terminaré de contar mis impresiones del resto. Pondré un par de fotos guapas, una cultural y otra de intención sociológica (esto es para ser “moderno”) para compensar.
Hasta mañana.
Pepeprado
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